tuve la tentación de escribir esto sin ver el vídeo que un alcalde del PP mandó a su cuadrilla imitando a Franco en el día de los Inocentes, después de echar unas risas con un simple pantallazo y una puesta en escena sencillamente fantástica. El tricornio, la escopeta, la bandera del pollo, el calendario vintage y, sobre todo, el abanico y el peinado de la figurante que, a duras penas guarda la compostura, parecen dejar bien claro el tono del discurso. Sin embargo, ha herido sensibilidades a babor, a pesar de que es una parodia digna del prime time socialcomunista y de que, de ser otra la filiación política del autor, a estas horas el escrito de acusación de la Fiscalía estaría ya sobre la mesa del juez y la artillería mediática habría asolado el pequeño pueblo riojano donde gobierna el involuntario protagonista de esta ridícula historia. No me atreví a escribir a ciegas, por deontología profesional y esas cosas, y tras el visionado no he podido más que confirmar que si alguien debería sentirse ofendido es el pequeño dictador gallego, que ya no puede; y sus seguidores, que no han abierto la boca. De hecho, la gracia del sketch está, precisamente, en quién la hace. El pobre hombre ha tenido que salir a explicar lo evidente a un país en el que cada vez cuesta más pillar los chistes.
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