se vista como se vista, o se desvista, el despelote de una joven y atractiva presentadora junto a un compañero más ancho que largo cubierto de la cabeza a los pies rezuma sexismo. Llama la atención que exhibir a una mujer en bikini a dos grados bajo cero se presente como un ejercicio de transgresión, de libertad individual e incluso de reivindicación feminista. Evidentemente, es todo una farsa, una excusa para rellenar minutos de televisión y páginas de periódico hasta que los políticos vuelvan de sus vacaciones para seguir pateando el avispero tras un mes de orgiástico desenfreno generalizado con motivo de la celebración del nacimiento y epifanía del mesías. En algún punto medio entre la salvaje realidad virtual de Internet con la que se educan nuestros preadolescentes y la desfasada televisión que aún consumimos en las fiestas de guardar debe ubicarse una sociedad cuyo pulso parece narcotizado por la molicie y el odio que, a partes iguales, se le inocula en vena día tras día al personal. Es lo que los yonkis andaluces llaman un rebujito, caña bruta y calma chicha en un mismo viaje de bajo coste e incierto destino. La vida real, sin embargo, no esta detrás de ninguna pantalla, está en las calles y en la casa de cada cual. Todo lo demás es puro teatro.