No se extrañe. Es normal siempre, pero en estos años electorales, en los que quienes se juegan la butaca están especialmente nerviosos, la cosa llega a tomar tintes berlanguianos. Es posible que oiga que la vida es maravillosa, que estamos llenos de proyectos que acompañan a realidades, que el futuro nos sonríe, que eso de la crisis no existe, que haya o no presupuestos en una institución u otra, si hay ganas, empuje, ilusión y valentía, no es problema porque las cosas salen adelante ya que juntos no nos para nadie. Y, al mismo tiempo, se encontrará escuchando que el presente no es sombrío sino un erial que si sigue en las mismas manos irá a peor, es decir, al infierno, que es necesario dar un cambio de 180 grados para recuperar la ilusión, el orgullo y la planificación de un futuro ahora negado, que no se puede estar siempre esperando a que se concreten planes que nunca se explicitan, y que el hecho de que una administración no tenga presupuestos es el más claro ejemplo de la incapacidad de quien la gobierna. En ambos casos, es necesario recomendar dos cosas. La primera, no olvidar nunca que la pasta que dicen gestionar los responsables de la cosa pública sale de nuestros bolsillos, gobiernen unos u otros. La segunda, no perder de vista que ellos y ellas no son ni mejores, ni más listos ni más guapos.