Desde que comenzaron a movilizarse con el tema de las pensiones, tengo a los viejillos del bar del cortado mañanero -creo que ya lo he contado alguna vez- muy motivados con las luchas de las mujeres. Ha habido algún día épico que ha terminado al grito de Gora greba feminista. Pero hace un par de jornadas, la cosa se puso gloriosa. Claro, entre la concurrencia habitual hay también cuarentones o cincuentones con hijas que o son pequeñas o están en plena adolescencia. Y a alguno de los progenitores, hablando de vaya usted a saber qué, se le ocurrió decir que él sólo esperaba que cuando su hija empezase a salir por las noches supiese comportarse para que no le pasase nada. De repente, unos 10 pares de ojos curtidos por infinidad de arrugas y años se posaron en él con ganas de ponerlo de vuelta y media. A pesar de los esfuerzos de nuestro querido escanciador por poner paz, uno de los viejillos, que es de los que suele contar hasta diez antes de quitarse la txapela, le espetó: tu hija no tiene que hacer nada para evitar que un tonto a las tres se crea con derechos de hacer nada; si al tonto le pica y no encuentra quien le rasque, o que se toque a sí mismo o, mejor, que pille un par de piedras gordas y se dé palmas en las pelotas. Fin de la conversación.