anda Pablo Casado un poco desorientado por la competencia que le está saliendo por la derecha. El centro ha sido al parecer desechado por el sucesor de Rajoy y es ahora un espacio que se disputan PSOE y, en mucha menor medida, Ciudadanos. La irrupción de Vox en el panorama político español le da a Casado más miedo que vergüenza y el líder popular se ha propuesto reconquistar al facherío como primer objetivo de su mandato. Ya se ha acercado, y mucho, a José María Aznar y no tiene reparo alguno en vociferar soflamas incendiarias contra los catalanes. El tono cuartelero que suele emplear cuando se refiere a independentistas, guardias civiles o presos etarras pretende, supongo, granjearse la simpatía de los amantes de (su) ley y (su) orden por encima de la libertad, la pluralidad y de todas las cosas. De momento, la estrategia le está reportando escasos resultados como lo atestiguan el descenso de su partido en Andalucía y el crecimiento de Vox. En vista de eso, parece que ha decidido aprovechar cualquier circunstancia para apalear al Gobierno desde su puesto de líder de la oposición. Su encendido alegato a favor de la prisión permanente revisable -por cierto, aún vigente- en el penoso, aunque excepcional, caso de Laura Luelmo le retrata como populista y, además, indecente.
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