Leo un reportaje sobre libros prohibidos en Kuwait. Libros prohibidos hoy. De Cien años de soledad -hay tantos libros que al menos habría que leer una vez en la vida y tan poco tiempo- a 1984, de Los hermanos Karamázov a La sirenita -acojonante-. Hay signos inequívocos que deberían siempre llevar, por lo menos, a la desconfianza. Recomiendo en este punto si tienen la fortuna de hacerse una escapadita a Berlín, visitar -más que nada por aquello de mover al recuerdo y la reflexión- el monumento que recuerda la infame quema de libros de 1933 a manos del régimen nazi. Ya digo, signos, señales. Están de moda las listas, las listas de lo que se debe leer o escuchar por ejemplo... de lo que se debe leer o escuchar según alguien, un alguien. A mí -en lo que vale mi opinión, más o menos nada-, La sirenita me parece un coñazo. No les digo nada la versión cinematográfica de Disney. Igual me pasa con algunas canciones, que sus letras me ofenden o su música me taladra. Pero nosotros, seres humanos, tan estúpidos, tenemos un arma poderosa, muy poderosa. Se llama libre albedrío. Podemos elegir, debemos elegir. Incluso puede ser una putada tanta libertad, hay tanto donde elegir. Y elegir conlleva también una responsabilidad, nuestra responsabilidad, la de cada uno.