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¿Qué hacemos con él?

Una vez más, de la realidad se pueden extraer tramas mucho más apasionantes que las de las mejores novelas de espías. La pena es que en este caso las tragedias son de verdad. El odio en la mirada del hijo mientras el asesino de su padre le da el pésame es real, como es real el lenguaje gestual del personaje que con su actitud de vástago primogénito de narco mexicano puede conseguir lo que no han logrado ni el arsenal nuclear iraní, ni Putin, ni los chinos, que nunca se les ve pero siempre están; alterar el equilibrio en el lugar donde se decide quién manda en el mundo. Eso sí, tirándose piedras a su propio tejado y al de sus socios. Entre el rey de Jordania, tieso e institucional; y el viceprimer ministro de Etiopía, sesteante, nuestro protagonista aparece soberbiamente derramado sobre un sillón de primera fila, por delante de todos los inversores a los que no les ha dado tiempo de darle plantón. No puede ocultar, sin embargo, esa ridícula expresión de quien sabe que la ha liado parda y que decenas de personas -no más- tan sádicas como él pero mucho más templadas e inteligentes le miran con más desprecio que preocupación y tratan de decidir cómo actuar a partir de ahora. Era su elegido y le asesoraron bien, pero en el fondo todos sabían que tarde o temprano la iba a cagar. ¿Qué hacemos ahora con él?