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El rey, en metro

noticia principal en algún telediario de ayer: el rey Felipe sale de su palacio y se monta en el metro de Madrid. De Sol a Chamartín, ¿eh? que tampoco hay que pasarse. La misma cadena de televisión, y otras, destacaba hace unos días el error de Pedro Sánchez en el besamanos que, al parecer, hay que cumplimentar ante su majestad el glorioso Día de la Hispanidad. Un presidente de Gobierno que no está a la altura del protocolo y, por contra, un rey aún más campechano que su padre estrechando manos en la maltratada Mallorca y uniéndose a la plebe en sus tediosos viajes bajo tierra. Diríase que, de un tiempo a esta parte, el primogénito de Juan Carlos está inmerso en plena campaña electoral. Supongo que su cohorte de asesores y pelotas le habrán aconsejado dejar de vaguear e ir un poco más allá de sacudir a los catalanes con el objetivo de mejorar, siquiera un poco, su anodina imagen desde que accediera al trono para sustituir a su padre y apartara de la circulación a su corrupto cuñado -después de salvar de la quema a su hermana, eso sí-. Si yo fuera un mal pensado, pareciérame que Felipe no tiene nada clara la adoración que le profesa el pueblo, más bien indiferente y me da que cada vez más escéptico sobre la conveniencia de mantener vigente la Monarquía.