Educaciones
Estoy firmemente convencido de las bondades de la educación pública. Yo me crié en ella y me creo en las mismas condiciones que todo hijo de vecino a la hora de disfrutar o padecer las veleidades que ofrecen el mercado de trabajo y la vida moderna. Escribo esto porque en los últimos días este diario ha destapado los intentos de una sociedad, asociación, contubernio o liceo académico -este punto requiere aún un análisis algo más exhaustivo- interesada en crear un centro educativo de esos que parten con el apellido extranjero adoptado de una metodología que aspira a ser diferente y a aportar brillo en los currículums de los alumnos matriculados bajo su paraguas. Hasta ahí, la historia tiene un pase. Lo que ocurre es que el amago de esta iniciativa por establecerse en una lonja recóndita ubicada en Salburua ha llegado desoyendo la legislación en vigor. Esta circunstancia ha derivado en la apertura de dos expedientes y una investigación por parte del Ayuntamiento de Vitoria que, al parecer, conocía a los responsables de esta iniciativa por haber hecho algo parecido hace unos meses. Con todo lo anterior, aún me pregunto cómo es posible que existan familias capaces de confiar en fuegos fatuos en vez de en la enseñanza reglada y pública.