desde que Marcel Duchamp plantó un urinario en una exposición hace justo un siglo y hasta la fecha han sido muchos los artistas que han troleado con crueldad a su propio gremio y al mundillo que lo rodea. Algunas de sus obras se ganaron un lugar preeminente en los libros de Historia del Arte, como por ejemplo la anteriormente mencionada, a cuyo rebufo llegaron los vellos púbicos de Gala o la Mierda de Artista de Manzoni. Desde aquel lejano 1917, miles de aspirantes a creador han ensayado esta vía para salir de la mediocridad, sin éxito, porque para vacilar al personal también hay que tener talento. Pollock sacudía cepillos de dientes sobre un lienzo en blanco, Warhol serigrafiaba latas de tomate y la pandilla de Piet Mondrian hostiaba por hereje al que se atrevía a trazar un círculo o utilizar un bermellón en sus cuadros, pero iban en serio, no buscaban dobles lecturas, no lograban salir de lo meramente estético -o sí, que tampoco es que yo sea un erudito en la materia-. Duchamp, Dalí, Manzoni y ahora Banksy, que ha destruido su obra por control remoto nada más venderla para orinarse encima de todo el mundo, como Duchamp hace cien años, van más allá. Tanto que no se les entiende. Tanto que la Niña con globo rojo vale ahora, triturada, el doble que hace una semana.
- Multimedia
- Servicios
- Participación