Es curioso cómo funciona el ser humano con algunas cuestiones dependiendo de si está en la plaza pública o en su anonimato cotidiano. Hoy, con la excusa de Vox, de las elecciones en Brasil, de lo que dice Matteo Salvini desde Italia... son muchos los que se echan las manos a la cabeza y, sobre todo desde los medios de comunicación, lanzan discursos más o menos bien estructurados contra lo que se denomina ultraderecha, argumentarios que, por un lado, tratan de desmontar y, por otro, menospreciar a quienes se tacha de populistas, fascistas... Pero seamos realistas por una vez. Porque algunos se pueden poner como quieran, pero me quedo corto si empiezo a contar todas las conversaciones mantenidas en el último año por ejemplo en alguno de los comercios a los que voy de manera regular y en los que muchos comentarios son el fiel reflejo de que esa ultraderecha moderna, como se la denomina, no está tan lejos del sentir de muchos sobre la migración, la situación de la mujer en la sociedad actual, sobre el llamado estado del bienestar... Nos podemos hacer trampas al solitario todo lo que quieran, pero hay muchos conciudadanos que en la intimidad de su casa, donde no se tienen que avergonzar ni justificar, van incluso más allá de los Le Pen o Salvini. Poca broma con este tema.