Como el relajo vacacional ya se nos ha pasado, el dueño de nuestro querido bar del cortado mañanero está pensando seriamente en colocar algún tipo de sensor que detecte micrófonos ocultos entre los habituales, no sea que un día de estos se líe la manta a la cabeza para presentarse a la alcaldía en las elecciones de la próxima primavera y alguno de los parroquianos se ponga en modo chantajista, que en este templo del café y otras sustancias el taco está a la orden del día y a veces se dicen cosas que son para santiguarse seis veces seguidas, incluso aunque uno no sea ni católico, ni apostólico, ni nada por el estilo. Alguno de los viejillos -que a la edad que tienen, ya no temen por su vida a pesar de los ataques de mala leche que gasta nuestro barman preferido- ha sugerido, de todas formas, que igual se debería preocupar más por cuáles son los pintxos que está sirviendo últimamente, cómo pone el café y qué vino está trayendo de un tiempo a esta parte. “Te estás comportando como los políticos, que se ocupan más de sus cuotas y sus cuitas que por afrontar los problemas reales de la gente, que se esconden tras sus cortinas de humo para no tener que bajar a la mina y trabajar”, le ha dicho. Casi ha habido tiros, pero hemos conseguido salir todos vivos.
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