me confieso. Soy un poco escéptico ante los planes institucionales que, de primeras, nacen sepultados por voluminosas memorias previas, articulados de decenas de páginas, declaraciones de intenciones y trabajos exhaustivos de marketing o ante los asuntos que, para ejecutarse, requieren previamente de mesas de trabajo y foros de consultas de dudosa practicidad. Será que con los años, que tienen la manía de acumularse con cierta tiranía sobre la chepa del que escribe y suscribe estas líneas, me he convertido en un descreído de campeonato o que, en mis quehaceres diarios, ya he pasado más mili que la inmensa mayoría de los gestores que nos han tocado en suerte o en desgracia en los sucesivos repartos electorales. Vamos, que me sé la historia al dedillo aunque sólo sea por reiteración. Sea por a o por z, lo cierto es que en una redacción se tiende hacia un cenicismo recalcitrante que abusa de coletillas de sabelotodo, como ya te lo dije, y si no, al tiempo o no se lo cree ni él que sentencian cada uno de esos anuncios que proliferan, curiosamente, cada vez que los comicios se atisban en el horizonte. A veces, pagan justos por pecadores, pero supongo que al final todo se reduce en saber separar la paja del grano en la cosecha mediática.