De héroes y villanos
tenemos la manía en el mundillo de la prensa de tratar de revestir las cosas que pasan de una épica maniquea e infantil. Exageramos las virtudes y magnificamos los defectos de los protagonistas de nuestras historias, lo reducimos todo al blanco y el negro, tratamos de extirpar de las narraciones cualquier traza de normalidad o de causalidad para que no quepa duda de que lo que estamos contando es un suceso extraordinario protagonizado por héroes o por monstruos. Sin embargo, el ser humano es mucho más complejo que todo eso, y por ello las caricaturas que trasladamos a la gente cuando alguien cuida durante días de una docena de críos atrapados en una cueva inundada, trepa hasta un balcón para salvar a un niño, aterriza con destreza en el río Hudson o le sacude con el patinete a un yihadista enloquecido a costa de su propia vida no son más que eso, caricaturas. Todo el mundo puede ser héroe y también villano en un momento dado, todo el mundo, o casi todo, tiene su lado oscuro y su poso de nobleza. Al final lo que hacemos es convertir a personas como usted y como yo en personajes, simplificamos la realidad y les condenamos a ser, a los ojos de todo el planeta, alguien que a ellos mismos les resulta desconocido.