Sin ánimo de meter el dedo en el ojo, me da la sensación de que poca gente es consciente del daño que estamos haciendo al planeta con las miríadas de toneladas de mierda que evacuamos a nuestros océanos constantemente. Escribir cuatro líneas con la ventaja de la demagogia es muy sencillo, pero no tanto como comprobar cómo un mínimo de 700.000 kilómetros cuadrados de micropartículas de plástico pululan como masa informe en el Pacífico a la espera de que la fauna que después acabará en nuestros platos la ingiera como si de manjares plactonianos se tratase. La industria relacionada con el consumo humano ha transformado los supermercados en un catálogo de plásticos de toda tipología y condición que, con posterioridad, se transforman en kilos y kilos de desechos. Para más inri, no tenemos costumbre de reutilizar, de separar en origen o de reciclar como Dios manda, circunstancias que en nada ayudan a mantener cierto equilibrio ecológico. Adoptar medidas como cobrar por las bolsas de las tiendas hasta 15 céntimos es un pequeño paso que algo ayudará, pero que no va a acabar con un problema que requiere soluciones globales. Para mi desgracia, mucho me temo que esta raza será incapaz de adoptar cualquier solución al respecto.