Se suceden las candidaturas que anuncian su disposición a hacerse cargo del liderazgo del Partido Popular. Una estructura que se mostraba aparentemente cohesionada, aunque llevaban tiempo trascendiendo las tiranteces entre algunos de sus nombres de referencia, como las habidas entre su secretaria general y la expresidenta del gobierno. Sin embargo, la repentina salida de Mariano Rajoy de la escena parece revelar que el expresidente ejercía de tapón de una olla a presión que bulle ahora libremente. Tras el desmarque de Núñez Feijóo son Casado, García-Margallo y García-Hernández, los nombres que han expresado su deseo de competir por la presidencia del partido, a los que se podrían sumar los siempre latentes de Cospedal y Sáenz de Santamaría. Una panoplia de aspirantes que en las próximas semanas tendrán que clarificar sus intenciones. No son los mejores mimbres los que marcan las primeras fechas de este proceso. Para empezar, sobre cada cual pende la sospecha de ser un candidato de compromiso, cuando no interpuesto como freno para otros o a beneficio de inventario. El exministro de Exteriores, García-Margallo, no ha tenido empacho en expresar que su paso adelante solo pretende cerrar el paso a la exvicepresidenta; Pablo Casado, que llega aupado por su juventud y un cierto halo de vocación renovadora, carga el lastre de la investigación abierta sobre la fiabilidad de su currículum, que podría acabar en el Tribunal Supremo. María Dolores de Cospedal sigue siendo la representación del pasado del PP y Soraya Sáenz de Santamaría, cuyo antagonismo con la secretaria general del partido está a la vista de todos, no es ni una apuesta por la renovación ni un activo firme de las estructuras tradicionales del partido. Quien sí lo podría haber sido es Núñez-Feijóo y, por eso, su decisión de no presentarse abre la posibilidad de que la derecha española tenga una presidenta aunque también esa pugna pueda causar un desgarro profundo. En todo caso, el problema del PP es la costumbre histórica de definir las sucesiones a base de dedazo. Lo hizo Fraga con Aznar y este, con Rajoy. Pero esta vez no hay candidatos incontestables; no hay adhesiones a la hoja de ruta marcada por el líder saliente. Y la falta de experiencia en el proceso abierto puede tensionar las estructuras antes y después de la elección.
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