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Clarividencia

No hacen falta muchos estudios para darse cuenta. Es una evidencia. Cuando Dios se puso manos a la obra para definir las características físicas y las cualidades con las que iba a equipar a cada una de sus criaturas, a mí me dejó sin los dones de la clarividencia, de la sagacidad y de la perspicacia. Tampoco fue generoso a la hora de otorgarme belleza, pero eso es harina de otro costal. El caso es que incluso desde mis limitaciones, hay circunstancias ante las que me obligo a dar un parecer, aunque sea incapaz de expresarlo con cierto talento. Teniendo en cuenta esa premisa, he de decir que mi banco ni se lo ha pensado. De primeras, me ha dicho que no. Que nanay. Que nada de una hipoteca de más de 500.000 euros para adquirir un chalé con piscina y casa de invitados. No han hecho falta una retahíla de números y algoritmos para llegar a la certeza de que, como trabajador estándar, no llego a los ingresos de las elites. Y, lo que más me ha dolido, es que me han dejado meridianamente claro que tampoco formo parte de la casta, circunstancia que me ha dejado con el cuerpo de un clínex usado por un griposo. En cualquier caso, y demagogias aparte, creo que sólo me queda predicar con el ejemplo, porque sé que yo no puedo consultar a mis bases.