El Campo de Gibraltar
catorce kilómetros de agua lo separan de Marruecos, es un punto estratégico en el tráfico marítimo a nivel mundial, más de treinta de cada cien personas en edad y condiciones de trabajar está en el paro y a su vera se yergue un paraíso fiscal con más empresas que habitantes. ¿Qué más elementos hacen falta para poner en marcha una narcoeconomía? Que todo el mundo mire para otro lado. El hachís da de comer al que no tiene, le evita estallidos sociales a los representantes institucionales y, en general, riega de pasta la comarca. El año pasado se decomisaron 145 toneladas. ¿Cuánto entró? ¿Cuánto dinero se habrá repartido entre las familias que trabajan para los narcos, cuánto habrá caído en concesionarios de coches, en los despachos de políticos y policías corruptos, en bancos, tiendas de lujo y bufetes de abogados; en los bares y restaurantes, en el comercio local, en el súper? Ahora bien, aceptar tratos con el diablo casi nunca sale bien, y llega un día en el que un comando armado osa entrar a un hospital y rescata a un detenido. Unos se asustan y otros, llevados por la impunidad, pasan de descojonarse en la cara de los guardias civiles a lincharlos. Llegan los tiros en plena calle y, por fin, llega el día en el que un niño muere arrollado por una planeadora, y entonces ya no se puede mirar para otro lado.