Exaltación y surrealismo
La política patria se mueve en curiosos parámetros. Corrijo: quizá curiosos no sea la palabra, al fin y al cabo, que esos parámetros no me dejen de sorprender, avergonzar y decepcionar -sí, por increíble que parezca aún conservo margen para la decepción, lo que por cierto me da cierta esperanza- tampoco significa que sean excepcionales. Diría que nos movemos entre dos vértices: el de la exaltación patriótica y el del surrealismo. En el segundo apartado, un punto culmen fue el empeño de Cristina Cifuentes, toda una presidenta autonómica, en aferrarse contra viento y marea a un máster que al parecer nunca cursó para caer con nocturnidad y alevosía por un vídeo de un hurto en un supermercado; episodio político que de momento hemos dejado a un lado para centrarnos en el chalégate que tiene montado Pablo Iglesias en Podemos, heridos en su ortodoxia discursiva y sufriendo, y descubriendo quizá, que a veces no todo es blanco o negro. Lo de la exaltación patriótica se configura más bien en modo bronca de hooligans, y eso da el nivel del debate. Albert Rivera se envuelve en la bandera de España, Mariano Rajoy hace lo propio y Pedro Sánchez lleva un tiempo empeñado en que su bandera sea la más grande. El diccionario define exaltar como “dejarse arrebatar de una pasión, perdiendo la moderación y la calma”. Pues eso.