En la hoguera
El reciente deceso de Tom Wolfe ha encendido la luz del rinconcito de mi cerebro en el que languidecía cubierto de polvo La Hoguera de las Vanidades, retrato inmisericorde de la sociedad neoyorkina que en su día interpreté como una sátira, incluso una caricatura, y que revisado hoy me parece más bien una aséptica fotografía de la realidad, más allá del tono con el que el inventor del nuevo periodismo se burla sin piedad de sus personajes. La Hoguera de las Vanidades cuenta cómo los trepas, los populistas y los jetas a los que les va bien en la vida por ejercer como tales se aprovechan de un chaval del Bronx atropellado en un fatal accidente y de un pijo narcisista de Park Avenue que se precipita desde lo más alto hasta lo más bajo por su escasa capacidad de orientación en carretera, por sus prejuicios raciales y los de su amante, y por la propia avidez de estos buitres que quieren sacar tajada del incidente que inicia la trama. Habla de lo maleable que puede ser la opinión pública ante un guion periodístico con potencial, del clasismo patológico y superficial tras el que se refugian muchas personas de vidas vacías y cuentas corrientes llenas, y de los pirómanos sociales que envenenan la convivencia entre las personas. Es un libro que ha envejecido muy bien.