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El rock no ha muerto

gibson ha quebrado y los trompeteros del Apocalipsis se han apresurado a decretar la muerte del rocanrol, el reggaeton de los años cincuenta del pasado siglo, que apoyaba sobre una estructura rítmica y armónica casi invariable letras más bien parcas en lo lírico, pero que volvió loco a todo dios y resultó ser un fértil fecundador de múltiples subgéneros. Algo tendría para que setenta años después queramos matarlo y no seamos capaces, a pesar del deambular sin norte de la industria de la música en general. El rocanrol no ha muerto ni da síntomas de que vaya a hacerlo, otra cosa es que en Asia fabriquen buenas guitarras a precios competitivos y que los músicos, como siempre han hecho, tiren del viejo método del trueque y del mercado de segunda mano para renovar su armario. Otra cosa es también que cada vez sea más difícil asomar la cabeza con ideas frescas en un negocio del directo que vive o sobrevive de la nostalgia, o que lo que no sale en la tele parece que no existe. Tranquilidad, en unas semanas Mendizabala, Viveiro o Kobetamendi van a estar otra vez hasta arriba, en los locales la chavalería -y algunos viejos- siguen ensayando, y la gente responde a los esfuerzos de quienes tratan de programar cosas buenas durante todo el año.