Es curioso como algunos políticos entienden la cultura. Abren las puertas de sus casas públicas con los mejores deseos a quienes vienen de fuera, prometiéndoles apoyo y dinero, pero cruzan la acera por la calle cuando de frente ven a los de casa, a los que trabajan aquí a diario, cotizando de paso. Se tiran de los pelos por cuatro festejos que entienden mal montados pero no dicen ni esta boca es mía al saber de proyectos que, tras nacer por exigencia administrativa, se quedan en el camino porque las instituciones ya no quieren saber nada. Montan en cólera por la configuración de un evento externo sin preocuparse lo más mínimo al ver que la misma situación que denuncian se repite aumentada en lo que organiza la administración en la que tienen representación. Prometen, pero no cumplen, y cuando, en negociaciones presupuestarias varias, consiguen algo, luego se dan cuenta de que no saben para qué ni con quién. Y no tienen problemas en despreciar en público a quienes trabajan en las instituciones sin estar sujetos a la tiranía de las legislaturas, a esos técnicos y técnicas que tantas veces les salvan. Es curioso como algunos siguen pensando que esto va de pandereta y fiesta, de salir en las fotos de la prensa, en hacer amigos e ir a inauguraciones.