Desesperado Rajoy
podría entenderse que Rajoy sigue a lo suyo, indiferente a lo que ocurre a su alrededor, con esa cachaza que tan bien le ha ido hasta ahora dejando que los problemas se arreglen solos o se olviden. Pero esta semana que termina ha alumbrado un sutil cambio de comportamiento que, conociendo al personaje, bien podría entenderse como señales de desesperación ante la falta de control sobre lo que acontece más allá de La Moncloa. Se le sublevan los viejos y se le encara la oposición con lo de la prisión perpetua -o llámesele con el eufemismo que se quiera-. Esto no iría más allá si no fuera porque, quizá por primera vez, el presidente ha abandonado su habitual estrategia pasota. La mezquindad de utilizar a los familiares de niños desaparecidos y/o asesinados para presionar al resto del Congreso durante el debate sobre el endurecimiento de las penas de cárcel supone un indudable cambio de inflexión en su modo de actuar, un ataque seguramente mal medido, o sea desesperado, contra todo y contra todos. E intentar condicionar el indispensable incremento de las pensiones a que los demás le aprueben los Presupuestos es otro gesto tan ruin y miserable como el anterior. Rajoy gobierna pero sin responsabilidad alguna. La culpa de todo lo malo es de los demás.