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Antiácidos

Ahora que llega el fin de semana, he decidido ponerme reflexivo. Y no se crean. Para alguien como el que escribe y suscribe estas líneas, no es un ejercicio baladí. Cuando pretendo ponerme trascendental, se me crispan los nervios y me rugen los intestinos. Con este cuadro, cada vez que aspiro a alcanzar un estado meditabundo, las necesidades obligan y he de acudir con cierta rapidez al botiquín para tomarme un Almax. Así que, bajo este panorama tan alentador, y tras tres antiácidos consecutivos, voy y me pongo a escribir sobre algo tan ligero como la prisión permanente revisable, figura que, para la desgracia del común de los mortales, ha logrado desnudar la desfachatez de ciertos politicastros que, visto lo visto, abundan en este país. Desgraciadamente, cada cierto tiempo se dan hechos puntuales, totalmente deleznables, que ponen en entredicho la condición humana de quien los protagoniza. Parece que, cuando el dolor se dispara en esos casos, hay carroñeros que, desde un escaño o frente a los medios de comunicación, huelen sangre y son capaces de aprovechar la desolación ajena como la mejor herramienta para arañar un puñado de votos o afilar la estrategia electoral para atizar a los adversarios. Y, ahora, con su permiso, recurro nuevamente al botiquín.