Las imágenes del domingo por la tarde en Andoain, cuando miembros y simpatizantes de la izquierda abertzale y miembros y dirigentes del Partido Popular ocuparon la calle y llegaron a increparse al hacer coincidir el recibimiento a dos presos que regresaban a la localidad tras cumplir sus penas con la protesta contra ese acto, retrotraen a épocas que deberíamos haber superado y conllevan el riesgo de retomar un enardecimiento de posiciones y conductas que ni la sociedad vasca ni su clase política necesitan ni se pueden permitir. No cabe duda de que los recibimientos públicos a quienes han protagonizado la violencia que durante decenios y hasta hace seis años asoló nuestro país no contribuyen en absoluto a la necesaria normalización porque pueden afectar y de hecho afectan a los sentimientos de sus víctimas. El caso de Andoain es algo más que paradigmático. La izquierda abertzale debería asumirlo siquiera por obligación para con el país y como una muestra de la asunción del dramático error cometido. Y si lo que pretende es utilizar los regresos de los presos como elemento cohesionador para impedir irritaciones que pudiesen alumbrar disidencias, es exigible que los restrinja al ámbito privado, sin presencia pública que pudiera provocar desasosiegos en las víctimas. Dicho esto, sin embargo, también cabe exigir sin ambages del PP un mínimo de responsabilidad en sus actitudes. Que ellos y quienes más directamente se han visto golpeados y amenazados por la violencia pretendan denunciar esos actos es seguramente comprensible como reacción humana, pero los representantes políticos deben hacer gala de ponderación y juicio acordes con su compromiso para con una sociedad que, tras seis años sin el drama de la violencia, pretende afianzar paulatinamente la convivencia entre proyectos e ideologías diferentes. Y la realización de un acto de protesta en la acera de enfrente no es precisamente ni ponderado ni juicioso. Si lo que pretende el PP es utilizar esa pose para amalgamar a sus votantes y sortear una nada descartable crisis electoral, tanto en Euskadi como en España, también es exigible que la crítica, aun razonada, se realice en el ámbito y las formas que no contribuyan a la crispación. No vaya a ser que unos y otros, en su afán por mantener la cohesión de sus respectivas partes, pongan de nuevo en riesgo la de toda la sociedad.