Apenas diez días después de los brutales atentados perpetrados por el terrorismo yihadista en Barcelona y Cambrils con el trágico balance de dieciséis víctimas mortales tras el fallecimiento ayer mismo de una mujer que había resultado gravemente herida, la más aparente que real tregua entre las administraciones catalana y española y entre las fuerzas independentistas y las unionistas ha tocado a su fin. Como si la multitudinaria manifestación del sábado en la aún herida capital catalana hubiese significado el final del duelo por las víctimas, el inminente inicio del curso político tras el verano y su dinámica de polémicas y enfrentamientos parecen imponerse sobre el paréntesis en la escalada de tensión entre los gobiernos español y catalán que había supuesto el ataque terrorista. Ya se intuyó durante las horas previas y el transcurso de la manifestación y no solo por los abucheos y pitidos al rey y a Mariano Rajoy sino por la abundancia de banderas esteladas en la marcha y por algunos mensajes que se lanzaron en la misma. De esta manera, con una sociedad aún en estado de shock, el puro calendario y sus apremios impone los ritmos. No en vano el 1 de octubre, fecha en la que está previsto el referéndum sobre la independencia en Catalunya, está a un mes vista y con muchas incógnitas aún por despejar. El president, Carles Puigdemont, ya había apuntado tras los atentados que el terrorismo no tenía nada que ver con el procés, lo que dio a entender -de manera acertada- que no se detendría pese al impacto sufrido. Hace unos días reveló también que la Generalitat disponía ya de más de 6.000 urnas para la consulta y ayer fue explícito al asegurar que el 1-O habrá referéndum y que si gana el sí prevé “una transición corta”. El presidente del Gobierno español, por su parte, reiteró su llamamiento a Puigdemont a que “renuncie a sus planes”. No hay que olvidar que el mundo ha visto -y así ha sido reconocido internacionalmente- cómo Catalunya, sus ciudadanos, sus instituciones propias incluida la policía, han sido capaces de gestionar una crisis como la de los atentados de manera independiente y como si en la práctica fuera un Estado, incluso mejor que algunos que han sufrido un trance similar. Sería deseable que, en el mismo sentido, ambas partes actúen con nivel y responsabilidad de Estado en la gestión de la decisión libre y democrática de la ciudadanía de Catalunya.