la muerte de Alberto Zerain y Mariano Galván en el Nanga Parbat vuelve a poner de manifiesto que el himalayismo no es un deporte más. La proliferación de expediciones comerciales había llevado a algunos a entender que las montañas de 8.000 metros son un reto superado, casi al alcance de cualquiera. Pero la Naturaleza se encarga de recordarnos de vez en cuando que no podemos subestimarla. “La montaña se conquista solo cuando ella quiere”, suelen comentar los alpinistas avezados. No hay manera de vencerla de otro modo por muy preparado física y psíquicamente que se afronte. Hay coincidencia generalizada en que pocos montañeros en el mundo son tan fuertes y aptos como Zerain y Galván. Y sin embargo han sucumbido, como a tantos otros les ocurrió antes y, desgraciadamente, como muchos se dejarán la vida en la montaña de aquí en adelante. El clima o, como en este caso, las avalanchas dan al traste con la expedición mejor preparada en el momento más inesperado. ¿Merece la pena? Seguramente, tanto el alavés como el argentino contestarían que sí. Lo cierto es que el mundo avanza gracias a estos héroes y a su sacrificio. Pero también comprendo a Juanito Oiarzabal cuando le oigo comentar emocionado que ya son demasiados amigos caídos como para seguir intentándolo.
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