Las consecuencias de la victoria, contundente, de Pedro Sánchez en las primarias a la Secretaría General del PSOE parecen centrarse, de momento, en los cambios que conlleva en la estructura orgánica de un partido hasta ahora excesivamente dependiente del denominado “aparato”, término importado como adaptación del aparatchik ruso que designaba coloquialmente a los funcionarios profesionales del Partido Comunista o de la administración soviética. La confirmación por el propio Sánchez de una “nueva estructura” que no contempla la presencia de los secretarios generales de las distintas federaciones -los llamados “barones”- en la Comisión Ejecutiva Federal, cuando en 2014, al ser elegido secretario general por primera vez, contó con diez de ellos; la asunción por la diputada Adriana Lastra de responsabilidades internas en el PSOE, centradas en su organización interna; y la sustitución, de momento provisional, del dimitido Antonio Hernando por José Luis Ábalos en la portavocía del grupo parlamentario; junto a la proporcionalidad en el reparto de delegados para el 39º Congreso del PSOE de dentro de tres semanas y los posicionamientos ante los distintos procesos de elección de secretarios generales en las diversas federaciones (en Euskadi, Idoia Mendia se presenta a la reelección y Unai Ortuzar pretende ser alternativa), sitúan ahí, en la estructura, las prioridades socialistas. Sin embargo, el mismo resultado de las primarias, la contundencia del triunfo de Pedro Sánchez frente a ese “aparato” que ha dirigido la deriva socialista durante décadas, parece exigir que esa “nueva estructura” se levante también sobre una transformación de criterios que la mayoría sanchista debe hacer patente en el congreso del 17 y 18 de julio. Quizá no de principios, si el socialismo se atiene a su tradición, pero sí en su interpretación y especialmente en su puesta en práctica en la cotidianeidad política. Y en ese cambio, que incluye las directrices socioeconómicas, pero también el cuidado y garantía de derechos, no se antoja irrelevante el posicionamiento efectivo, no verbal, del socialismo español ante el principal problema del Estado que aspira a gobernar, el del encaje de Euskadi y Catalunya y sus respectivas aspiraciones de autogobierno, de modo más acorde con lo apuntado por el propio Sánchez durante su larga campaña de las primarias que con lo hecho por él mismo y sus antecesores anteriormente.
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