hablo del famoso debate entre los candidatos a dirigir el PSOE. Sin entrar a valorar quién ganó, quién perdió o quién empató, que en realidad me da bastante lo mismo, me gustó el debate. Para empezar, me gustó que se celebrara. Sin más. Y que se televisara y radiara en directo. Me gustó que cada uno mostrase sus cartas sin falsas bondades ni conveniencias, pero sin llegar a faltarse el respeto en ningún momento. Me gustó que los aspirantes a líderes de un partido político se desnudasen y se dejasen desnudar en público, cada uno defendiendo lo suyo para que luego los militantes decidan. Me gustó la ausencia de corsés y las pullas que se lanzaban unos a otros para dejar bien claras las diferencias, que al fin y al cabo de eso se trataba. No hace mucho que los ciudadanos teníamos que agradecer a los que reclamaban nuestro voto que se tomasen la molestia de debatir ante nosotros. Y las negociaciones previas al careo eran más complicadas que mandar un cohete a Marte. Para luego tener que conformarnos con una espantosa sucesión de monólogos sobre diversos temas, por supuesto también consensuados de antemano. Quizá este debate socialista haya abierto un nuevo tiempo en política. Ojalá se repitan y se extiendan.
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