Los resultados de las elecciones presidenciales celebradas ayer en Francia confirmaron la profunda división que se ha producido en el país y el progresivo ocaso del tradicional sistema bipartidista que se ha repartido el poder en las últimas décadas entre los conservadores republicanos y los socialistas. El pase a la segunda vuelta de dos candidatos al margen de este sistema como el centrista y exministro Emmanuel Macron y la ultraderechista Marine Le Pen, con el consiguiente desplome de socialistas y conservadores, configura el nacimiento de una nueva e incierta etapa en Francia. Sobre todo, porque se produce más por deméritos de las opciones tradicionales que por la solidez de las propuestas alternativas. El evidente desgaste producido por la irregular gestión de gobierno de Hollande -que parecía llamado a liderar la alternativa de la izquierda europea ante la crisis-, y el empecinamiento de Fillon en mantener su candidatura pese al estallido de los casos de corrupción que le salpican, han socavado las opciones de sus formaciones. El resultado de ayer, en todo caso, obliga a nuevas alianzas y apoyos hacia los candidatos que han pasado el filtro de cara a la segunda vuelta. Macron parte con una evidente ventaja, ya que es muy probable que los votantes socialistas e incluso los conservadores se decanten por él con el objetivo primordial de derrotar a Le Pen, que encarna la xenofobia y la propuesta de que Francia abandone la Unión Europea, que asustan tanto a los mercados como a millones de ciudadanos galos. En los últimos tiempos, cada vez que uno de los países de la UE acude a las urnas, bien sea por unas elecciones presidenciales, como es el caso, o legislativas e incluso regionales -no digamos ya un referéndum, incluso más allá del Brexit- los resultados se leen en los demás países miembros no solo en clave interna, sino mirando al futuro de la propia Unión. Esta circunstancia, que debería entenderse desde la normalidad lógica debido a las relaciones entre países que comparten un proyecto común, se ha agudizado ante las incertidumbres y riesgos que atraviesa Europa en todos los órdenes y que afectan muy directamente al propio futuro de la UE. Los resultados de las presidenciales francesas, en este sentido, y pese al relativo éxito de Le Pen, suponen un cierto alivio para Europa.
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