Lo que se dibuja como una aguda crisis bilateral entre EEUU y Rusia a raíz del lanzamiento la semana pasada de misiles estadounidenses contra una base del régimen de Bachar Al Asad, a quien Moscú protege por sus intereses estratégicos, especialmente el de mantener y ampliar la gran base aeronaval rusa de Tartus, en la costa siria, no es sino un paso más en el deterioro de relaciones entre las dos potencias. Achacar la situación a la impetuosidad o inexperiencia del todavía reciente presidente de EEUU, Donald Trump, es en realidad tan gratuito como pretender que el ataque estadounidense al régimen sirio es una simple respuesta a la inhumanidad de Al Asad -“un animal”, ha dicho Trump- y sus incumplimientos de las más elementales normas de la guerra y de los acuerdos internacionales contra la producción, almacenamiento y utilización de armas químicas. Tal vez el presidente francés, François Hollande, quien ha respaldado la actuación estadounidense en Siria, tenga razón al señalar que Trump ha pretendido parar los pies a Vladimir Putin porque desde que Barack Obama no respondiera a la utilización de armamento químico por Al Asad en 2013 Rusia ha actuado -Crimea, Ucrania, la propia Siria...- hasta con cierta impunidad. En el fondo, subyace algo más que el mantenimiento o deposición del régimen dictatorial sirio aunque su continuidad o no conlleve diferencias evidentes en las posiciones en Oriente Medio, en el control del Mediterráneo oriental, y por tanto de la influencia y capacidad operativa de la presencia rusa en Crimea. Desde que hace una década, en la Conferencia de Seguridad de Munich de 2007, Putin denunciara que Washington hace un “uso incontenido de la fuerza militar en las relaciones internacionales” ligándolo a la decisión de EEUU de instalar el escudo antimisiles en Polonia y República Checa, las tensiones han incluido movimientos y ejercicios militares y lo que se denomina “incidentes” entre sus estructuras de defensa, incluyendo incursiones aéreas rusas en los límites de o sobre espacio aéreo de la OTAN y maniobras de esta en el Báltico, además de expulsiones recíprocas de miembros del cuerpo diplomático y la denunciada intervención informática rusa en las presidenciales estadounidenses. Pero es ahora, cuando las relaciones del equipo de Trump con esferas del poder ruso parecen señalar al mismo presidente, que la situación se califica de regreso a la Guerra Fría.