La Real Academia Española no ha recogido aún este término tan manoseado de un tiempo a esta parte, y cuando lo haga habrá que colocarle un antónimo. No sé, ¿hijoputismo? Si la palabra prolifera tanto es porque va calando la idea de que ser bueno es malo y ser malo es bueno, de que la desconfianza y el interés propio deben guiar nuestro devenir vital, de que o estás con ellos o con nosotros, de que si te intentas poner en el lugar de los demás eres un pánfilo. El maniqueísmo, la falta de empatía hacia el diferente, y la chulería étnica, cultural, religiosa, nacional o de clase, que afecta a todas las sociedades en mayor o menor medida, fueron alimentados hace un siglo por carismáticos vendedores de odio con el combustible con más poder para calentar a las masas, el hambre. Pasó lo que pasó. Cien años después vivimos en otro entorno corrupto, oligárquico y en decadencia; también ha vuelto la miseria al mundo desarrollado, y surgen nuevos colectivos a los que señalar con el dedo, junto con iluminados que nos ofrecen soluciones drásticas para pararle los pies a ese enemigo al que hemos hecho culpable de todas nuestras frustraciones como sociedad. Ya hemos comprado su discurso, ya somos gente más egoísta y miserable. Sigamos así, sigamos.