en un día señalado como el de hoy me parece oportuno recordar un anuncio que vi en la tele hace no tanto tiempo y que me pareció tan abyecto y retrógrado que aún lo conservo en la memoria como paradigma del machismo más brutal. Salía un tipo de mediana edad ante una enorme pila de platos, con aspecto confuso y atolondrado, sin saber muy bien qué hacer. La premisa no podía ser más casposa y anticuada, pero había más. Acudía en auxilio del pobre inútil su esposa, desprendiendo seguridad, bella como él, y con una sonrisa en la que se mezclaban el amor y la condescendencia, le daba un cariñoso codazo para que se quitara de enmedio, diciendo sin decir algo así como aparta gilipollas. ¡Y se ponía a fregar! Esto es cierto, lo juro, el anuncio se emitió, e ignoro si el creativo que lo parió era tan carcamal que creía estar, sin más, ridiculizando a los hombres, que ya es bastante. Han pasado varios años de aquello, quizá ocho o diez, y la verdad es que desde entonces la sociedad ha cambiado. A peor. La causa de la igualdad crece, pero dividida, y la reacción a esa lucha es cada vez más cruda. Yo jamás me habría imaginado que en el Parlamento Europeo se llegarían a escuchar palabras como las que pronunció la semana pasada un polaco de nombre impronunciable sobre la brecha salarial.