cada día podemos disfrutar en la sección La vista atrás de DNA de alguno de los edificios de Gasteiz que ya sólo existen en dos dimensiones después de que el Ensanche quedara desfigurado en el siglo XX. Me consume la mala leche cuando veo viejas fotografías de los edificios de piedra que había donde hoy nos intimidan enormes moles recubiertas de cristal o de pretenciosas placas de arenisca, construcciones con las que nos vinimos arriba tras nuestra particular revolución industrial, yendo por la vida de modernos, pero con la txapela bien calada hasta los ojos e incluso por debajo de éstos, visto el mal gusto desplegado. El peor estropicio se cometió antes, sin embargo, en 1930, cuando nuestros próceres derribaron deprisa y corriendo el convento de San Francisco nada más tener la certeza de que iba a ser declarado Monumento Nacional, y contraviniendo las órdenes expresas que llegaban de Madrid de que aquello no se tocara. Le tenían ganas desde hacía décadas a este rincón donde dicen que vive Andresito, y al final el desastre se consumó. Por la razón que fuera el pelotazo salió mal -¿la República, la guerra?-, y el solar acabó ocupado por un edificio que encaja en el entorno como un caserío en Segovia. Cuando paso por Olaguíbel me asalta la sensación de echar de menos algo que nunca he conocido.