Glorioso de verdad. Épico y fantástico. Cualquier adjetivo que se me ocurra en este momento, justo acabado el partido, se quedará corto. El Alavés lo ha vuelto a conseguir, como hace dieciséis años en la Copa de la UEFA. A Madrid, según todos los indicios, como fuimos a Dortmund. Se adivina una avalancha albiazul ilusionada, ávida de éxitos después de tantos sinsabores y sufrimientos por los padecimientos de su club. A pelear por la guinda del pastel, qué rico sabe ya. Ese gol de Edgar tan bien resuelto justo antes de romperse. Pero el servicio del pichichi de la Copa ya estaba cumplido. Mendizorroza encumbra a un nuevo héroe y a otro equipo para recordar. Siempre. Quién sabe cuándo llegará otro momento igual. Quizá nunca más. Por eso esta final es tan importante, por eso hay que afrontarla con el mismo espíritu y coraje que exhibió aquel Alavés ante el Liverpool. Enfrente se opondrá el Barcelona, también favorito en las apuestas como aquellos ingleses. No importa, lo mismo da. Porque este equipo es hoy mucho más grande que ayer, ya se ha sacudido de encima el cartel de novato. Como no hace mucho decía Pellegrino -excepcional su direccción y su gestión de las situaciones- no esperábamos participar en este baile pero, ya que nos han invitado, bailemos pues.