La confirmación por el Gobierno alemán y la propia canciller, Angela Merkel, de que la irrupción en la noche del lunes de un camión de gran tonelaje en el mercadillo navideño de la Breitscheidplatz berlinesa, causando doce muertos y 48 heridos, 18 de ellos muy graves, fue un atentado similar al que se realizó en Niza el pasado 14 de julio con 84 víctimas mortales, ratifica una vez más el enorme desafío que supone para las sociedades occidentales el terror yihadista indiscriminado que hace tiempo y con distintas formas les azota y azota al mundo musulmán. Efectivamente, a la hora de analizar el irracional fenómeno de la violencia de caracter extremista religioso que quiere convertir el mundo en escenario de una pretendida “guerra santa”, la primera premisa es la de comprender que Occidente no es el objetivo en sí mismo, sino el medio en que el terrorismo yihadista, hoy agrupado bajo la denominación de Estado Islámico, busca mostrar una fortaleza ahora cuestionada allí donde ese Estado pretende afianzarse y que, por tanto, son los musulmanes que se encuentran bajo su yugo o amenaza las primeras víctimas de una violencia tanto o más indiscriminada que la que golpeó Niza o Berlín, antes Nueva York, Madrid, Londres o París. Aunque sí la haya en las formas -lo que se hace aún más evidente en las zonas donde el conflicto, aderazado por componentes geoestratégicos, se ha tornado enfrentamiento bélico- en el fondo no hay tanta diferencia en eso entre las sociedades occidentales y las islámicas y, por tanto, convendría extremar todas las cautelas frente a los intentos de criminalización generalizada del mundo musulmán que algunos discursos extremistas tratan de extender para, a lomos de la indignación como respuesta, favorecer determinadas ideologías de cuyo carácter y peligro ya ha dado sobradas muestras la historia, especialmente en Europa. Aclarado esto y comprobado el peligro permanente que el terrorismo yihadista supone, es preciso asimismo exigir la adecuación de las medidas de seguridad a una amenaza que ni en origen ni en sus formas puede ser considerada ya nueva; adecuación que, en todo caso y aun si le añade dificultad, no debe cuestionar sino proteger los derechos y libertades fundamentales que no solo nos distinguen de la barbarie sino que son el mejor modo de contribuir a su derrota.
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