Tengo dos imágenes de Maider Unda grabadas. Una, la de la victoria que le valió el bronce en los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Otra, atendiendo en la Feria de Santiago a los clientes en su puesto de quesos y, al tiempo, a quienes le pedían una foto. Si algo me ha admirado siempre de esta mujer es esa especie de multiplicación de fuerzas, como si fuera dos personas, o muchas más, porque parece imposible si no compaginar una vida personal de trabajo y familia con la exigencia del deporte de alta competición. Lo decía en su rueda de prensa de despedida: “Gracias a esas personas que han sabido estar a mi lado he conseguido demostrar que se pueden hacer las cosas desde casa y con no tantos medios, pero sí con mucha calidad humana”. En un mundo acostumbrado a héroes deportivos, en muchos casos, envueltos a sí mismos -y por todos nosotros- en la bandera de sus mitos y sus egos, escuchar a Maider Unda en entrevistas o ruedas de prensa me ha parecido un ejercicio gratificante de sensatez, esfuerzo y humildad. Con su retirada, el deporte alavés y vasco, el deporte en general, dicen adiós a una de sus grandes figuras, sin ninguna duda; qué decir del deporte femenino. Pero sus logros deportivos, y son muchos, ahí quedan.