La otra noche aterricé en un documental de La 2 -sí, lo confieso-. Los campeones de Hitler era el título, si mal no recuerdo. Justo me enganché con los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. Explicaba la narradora cómo el evento, entre otras cosas, fue utilizado por Leni Riefenstahl para el rodaje de la, entre otras consideraciones, muy propagandística Olympia. Y en el documental aparecía, claro, la gesta de Jesse Owens en el estadio olímpico. Situémonos un poco. Owens, atleta negro en el corazón de la Alemania nazi, con Adolf Hitler y toda su progrenie militar en la tribuna de autoridades y zonas del público en las que en las imágenes de la época solo se ven soldados con la esvástica en el brazo. Situémonos, porque Owens -nacido en Alabama, EEUU- seguramente no era tampoco mucho mejor considerado en su país. La Ley de Derechos Civiles no se aprobaría hasta 1964. Owens hizo historia ganando cuatro oros en 100, 200 y 4x100 metros y salto de longitud. La gesta no fue igualada hasta 1984 por Carl Lewis. En salto, se enfrentó mano a mano al alemán Carl Ludwig Long. Long fue el primer en felicitar a Owens. Allí, en aquel lugar, en aquel momento. Un gesto olímpico.
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