Las imágenes de violencia llegadas desde Marsella y Lille y las cifras facilitadas por el Ministerio del Interior francés -323 hinchas detenidos, 24 expulsados, 16 hospitalizados en una noche...- confirman en la Eurocopa de Francia el resurgir de un fenómeno, el de los hooligans o ultras en el fútbol que parecía controlado. Surgido con virulencia en el fútbol británico en la década de los 80, la tragedia de Heysel (39 muertos el 29 de mayo de 1985 en la final de la Copa de Europa Liverpool-Juventus) hizo que la UEFA excluyera durante cinco años a los clubs ingleses de las competiciones continentales y concienció al fútbol contra actitudes que, sin embargo, tres décadas después, parecen reproducirse. Porque los episodios de violencia en torno a los partidos de fútbol no se circunscriben a esta Eurocopa. Baste recordar los más cercanos, protagonizados en Bilbao por hinchas del Olympique de Marsella en febrero, o el más sangrante del fútbol estatal, la muerte de Francisco J. Romero Taboada, Jimmy, en los enfrentamientos entre miembros de los grupos ultras del Atlético de Madrid y el Deportivo de La Coruña en noviembre de 2014, de la que tras una errática investigación policial y cierta laxitud judicial aún no se han señalado responsables. O los numerosos incidentes entre hinchadas en las últimas ediciones de las competiciones europeas de clubes. Sin embargo, el fútbol es en realidad la tramoya de un problema que le excede. La violencia grupal no es exclusiva de este deporte aunque sí halla en él aspectos gregarios o tribales que le dan cauce. Porque el resurgir de la violencia ultra en el fútbol coincide, nada causalmente, con la reaparición de opciones políticas extremistas y populistas en numerosos países europeos y de una exacerbación de los nacionalismos estatales, especialmente en el Este de Europa pero no solo, que se quería creer superada. No hay sino contemplar la reacción rusa, con declaraciones del mismo ministro de Exteriores, Sergei Lavrov, y la convocatoria del embajador de Francia en Moscú para exigirle la resolución del arresto de 43 hinchas rusos detenidos, para comprender que el fútbol se convierte en herramienta de otros intereses y que es el propio fútbol -jugadores, clubes, federaciones, organismos internacionales...- quien como hace tres décadas debe distanciarse de esa utilización y empezar ya a preocuparse, a ocuparse.