La matanza en la discoteca Pulse de Orlando -al menos 49 muertos y 53 heridos ingresados, algunos en estado crítico- ya ha supuesto un dramático y posiblemente vano retorno al interesado debate que confronta la seguridad colectiva con los derechos y libertades individuales. Vano porque en realidad cuestionarlos no conseguirá aumentar la protección de la sociedad, como los reiterados ataques (Nueva York, Londres, Madrid, Boston, París...) demuestran, e interesado porque el pretendido medio, el recorte de derechos y libertades, se antoja en realidad parte de la espiral que eterniza el enfrentamiento entre sociedades, culturas y religiones, cuando no el fin mismo buscado por esa violencia. De hecho, tras el ataque más grave ocurrido en EEUU desde el 11-S, ya vuelven a surgir voces exigiendo limitar la libertad y los derechos a determinados colectivos, en este caso por razón de su religión musulmana, con el fin de prevenir o evitar atentados indiscriminados contra la población civil en los países occidentales como excusa -todo ello, además, en plena precampaña presidencial, insuflando virulencia al discurso de Donald Trump-. Sin embargo, ese debate obvia aspectos sustanciales del problema, no siendo el menos relevante de ellos que pretenda vehiculizar legalmente la misma discriminación, el mismo rechazo, a un colectivo determinado que al parecer habría impulsado a Omar Mateen a la radicalización ideológica por coincidir en ella -en su caso, la homofobia- con el Estado Islámico hasta provocar la consecuencia de su bárbara y deshumanizada acción del pasado domingo. Y un mismo problema planteado del mismo modo solo puede obtener un resultado idéntico. Pero, además, el mero hecho de que las autoridades no hayan logrado determinar aún con certeza absoluta el verdadero móvil de la matanza, o el de que Mateen ya hubiese sido investigado, muestran que exacerbar la seguridad hasta el punto de que colisione con los derechos y libertades ni siquiera asegura la protección frente a quienes desprecian la vida ajena y hasta la propia y ya se hallan dentro de ese Occidente que se pretende fortificar. Ante el terrorismo indiscriminado únicamente valdrá la inteligencia en su doble acepción: la del análisis y conocimiento de quien lo impulsa como forma de prevenir sus actos y la del juicio suficiente para solventar las desigualdades, las discriminaciones, que utiliza como caldo de cultivo.