Leo sobre una iniciativa con motivo del Día de Europa: el Parlamento Europeo ha invitado a cinco chavales de entre ocho y diez años a hacer preguntas a cinco eurodiputados. Una de las niñas pregunta: “¿Haces algo para ayudar a los refugiados?”. Debe de ser chungo responder a una niña; a un adulto le toreas, pero a una niña... Sigo leyendo y me viene a la mente otra pregunta, la que pillé al vuelo el otro día por la calle, cuando una joven -entiendo que representante de alguna ONG u organismo con fines solidarios- lanzó a una señora que intentaba esquivarla: “¿Es que no le interesa ayudar a personas que lo necesitan?”. Toma ya chantaje emocional, pensé. Pero claro, ahora me encuentro con estos dos interrogantes y me pregunto cosas. Básicamente, mis dudas giran en torno a qué hubiera respondido yo, pero también sobre las coordenadas con las que se traza la línea de la demagogia o no, o cómo juzgar a otro ser humano sin conocer todas sus aristas, qué es lo justo y qué no lo es y, claro, cómo medir ponderadamente el trabajo de otra persona, aunque esa persona sea un representante político y la tentación, de salida, sea darle una colleja. Todo esto porque esta Unión Europea en demolición, quizá, en la modesta proporción que nos toque, también sea responsabilidad de cada uno de nosotros.