Tengo a la carnicera desde hace dos semanas con el mostrador lleno de botes de caracoles ya cocidos junto a latas de salsa de tomate preparadas. No hay más que calentar, oiga. Desde Semana Santa, el frutero y un servidor hemos ido analizando los precios de los perretxikos, terminando la conversación siempre de la misma manera: es un coñazo limpiarlos. Y todavía no tengo muy claro si este año volveré a palmar cinco euros por un talo en Armentia, precio estándar y en ocasiones al alza en este tipo de historietas, que el coste del producto en cuestión tiene tela y merece un análisis diferenciado. Es decir, que llega San Prudencio y luego la Virgen de Estibaliz y todos, o casi, decimos que nos sentimos muy alaveses, que el orgullo patatero y esas cosas. Que muy bien, que a nadie le amarga una fiesta o por lo menos no a mí, y eso que los años de ir y venir todos los días a Leioa me impidieron disfrutar en plenitud de unas cuantas noches del 27 de abril. Pero en realidad, vamos a ver si procuramos en una de éstas, ser y comportarnos como conciudadanos todo un año, por saber qué se siente más que nada. Pertenecer a una comunidad no es estar un día de fiesta haciendo como que uno es el guardián de las esencias y luego si te visto no me acuerdo.