Escribía el otro día sobre la consolidación en nuestros días de la maquinita de turno para atender el servicio de turno, sobre lo difícil que es discernir la delgada línea entre lo práctico y eficiente de la asistencia automatizada y del trato personal -y también, se supone, práctico y eficiente- que ofrece un ser humano. Ando en estas y me encuentro con un teletipo: “Restaurantes chinos despiden a sus camareros-robot por su escaso rendimiento”. Subrayemos en primer lugar, por poner en contexto, que la noticia se refiere a la ciudad de Cantón y que viene datada en Pekín, República Popular China. Resulta que dos restaurantes de esa ciudad usaban androides como camareros, lo que me hace imaginar la escena al estilo de la taberna de Mos Eisley en La guerra de la galaxias, por ejemplo. Pero los robots -nada se sabe sobre su convenio o condiciones laborales en general- al parecer no eran capaces de servir la sopa sin salpicar, chocaban unos con otros y se averiaban con frecuencia. No me cabe ninguna duda de que el ingenio humano acabará solventando estos fallos técnicos. Pero, en cualquier caso y ya olvidando el sucedido concreto, admitiendo las muchas ventajas de la tecnología, el trato entre seres humanos también tiene las suyas.