Comienza la cuenta atrás. Diez, nueve... Compruebo que el mundo no sólo no mejora, sino que continúa cuesta abajo. La desigualdad no sólo no desaparece, sino que aumenta el abismo que separa a ricos y pobres, y en el fondo de la sima sólo habitan el dolor, la pobreza y la rabia. Ocho, siete... Me entero de que Panamá, además de tener un canal que conecta dos océanos, cuenta también con bufetes de abogados que ayudan a esconder el dinero de los más ricos. Sabemos ya de uno de esos bufetes, lo que quiere decir que habrá más, y por lo tanto, habrá más ricos escondidos que continúan engañándonos a todos. Seis, cinco... Sería de tontos pensar que lo que acabamos de saber sobre Panamá se reduce a Panamá: hay más paraísos fiscales y muchos bancos que ayudan a los ricos a ser más ricos mientras se ríen del resto del mundo, que somos nosotros. Cuatro, tres... Ya no queda mucho más que contar. Esto no tiene remedio, salvo que comencemos de nuevo, de cero, de la nada. Y que ese comienzo llegue de los rescoldos de este final: del fuego purificador, de la destrucción. Dos, uno, cero... Bum. Y todo explota. Y ya no queda nada. ¿Hay alguien ahí? Que el mundo comience de nuevo. Por algo habrá que empezar.
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