Soy muy clásica. Oigo Panamá y pienso en el canal -claro-, en el sombrero y en John Le Carré, aunque siempre he sido más de Forsyth para novelas de espías. Así que en la revisión matutina de prensa me encuentro con los papeles de Panamá y de pronto me animo imaginando alguna trepidante trama de espionaje internacional, con héroes de esos que están hasta la peineta de serlo y villanos jodidamente listos. Y va y resulta que la cosa va de ingeniería empresarial y económica. En estos casos los números tienen su punto: medio millar largo de accionistas y más de mil sociedades con referencia en España aparecen en los papeles, 140 líderes políticos de 50 países... Cubrámonos las espaldas y recordemos que, como dicen los que saben, tener una empresa offshore -magnífico palabro para designar a las compañías que operan fuera del país en el que fueron registradas- no es ilegal siempre que estén declaradas a Hacienda. El tema es que las offshore suelen ser refugio de evasores fiscales u ocultadores de patrimonio o de dinero ilícito. Pero lo que más indigna, a mí al menos, es el preciso y eficaz sistema que permite que esto ocurra con total normalidad, ese way of life que da por saco, esa sensación de que quien no debe mira hacia otro lado. Y me queda la sensación de que las novelas de espías se quedan cortas.
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