Tras el primer capítulo de la saga marotiana sobre las Ayudas Sociales, ya tenemos aquí un nuevo episodio del más célebre culebrón vitoriano: la mezquita de Mariturri, que algún casta vitorianico (VTV, para los modernos) rebautizará pronto como Moriturri ?al tiempo.

Desde luego que una mezquita, al igual que cualquier bar o establecimiento mercantil, debe cumplir unos mínimos principios legales y de respeto cívico, siendo de lo contrario susceptible de sufrir las medidas punitivas correspondientes. Pero suponer, a priori, que este último hecho se va a producir es confundir el culo con las témporas, al más puro estilo de la justicia preventiva impulsada por los próceres de la democracia vigilada en nombre de la seguridad, hoy tan en boga.

¿Dirían lo mismo quienes ponen el grito en el cielo, si lo que se abriera en Mariturri fuera un Centro Andaluz o Leonés? A buen seguro, la mayoría de quienes hoy se llevan las manos a la cabeza tienen entre sus ancestros próximos a gentes provenientes de regiones bien lejanas. Ah, ya, pero es que esos son españoles, son de los nuestros?.

¿Qué pensarían si, al llegar al país de los vascos -muchos/as de ellos/as con una mano delante y otra detrás-, les hubiéramos aplicado la misma lógica? Si hoy, cuando los porcentajes de inmigración -de origen no español, se entiende- no superan el 10%, y unos cientos de miles de personas (desplazadas por guerras que no han provocado) aporrean las puertas de una Europa de más de 400 millones de habitantes, la situación es insostenible, ¿qué deberíamos haber dicho cuando, en bien pocos años, en nuestro país se estableció entre un 30 y 40% de población alógena?

Afortunadamente, muchos de esos inmigrantes españoles y sus descendientes se han ido acercando a la lengua y la cultura de los vascos: zorionak! Pero a quienes pretendemos impulsar nuestra lengua, el euskera, aún nos toca escuchar argumentos del estilo de “pedir el conocimiento del euskera para acceder a un puesto en Osakidetza supone cerrar las puertas a gentes de fuera”? como si hubiera un gen misterioso que impide aprender el euskera, muy en particular a los castellanoparlantes. ¿Sería legítimo aplicar en este caso la misma lógica que en el caso de la mezquita, y entenderlo como una agresión?

Y es que, antes de ver con extraña celeridad la paja en el ojo ajeno, conviene mirarse al espejo, no vaya a ser que la viga en el propio, en forma de prejuicios, nos impida analizar la realidad con justicia, rigor y mesura.