más de un siglo después de lo que se ha venido luego en denominar la primera ola de la conquista por la mujer de sus derechos, a finales del siglo XIX y principios del XX, especialmente entonces a través de la lucha por el sufragio como primer hito del difícil, lento y exasperante a veces pero inexorable camino hacia la igualdad, entrados ya en la segunda década del siglo XXI aún no se ha llegado a corregir lo que Simone de Beauvoir definió hace más de sesenta años como la imposición de un “producto cultural” que se ha venido construyendo socialmente: “No se nace mujer, se llega a ser mujer” en una sociedad que sigue condicionando el rol a desempeñar en función del género. Hoy, pasado el Día Internacional de la Mujer, la moderna sociedad postindustrial, con crisis o sin ella, reproduce un aggiornamiento de las características con las que Beauvoir definió en 1949 al segundo sexo. Y esto, que se traduce también y todavía en un mayor peligro de exclusión social y en la incuantificable dificultad para erradicar la violencia machista, también tiene otras consecuencias que aun siendo menos dramáticas poseen idéntica genética discriminatoria y condicionan el desarrollo de la mujer evitando su equiparación total con el hombre desde el mismo periodo formativo, además de las múltiples demandas que todavía son necesarias en materia laboral y social, donde la brecha sigue existiendo y las desigualdades entre hombres y mujeres se resisten a desaparecer. Y este contexto de retrocesos históricos en materia de derechos y libertades, supone un peligroso paso hacia atrás que hace más necesario que nunca seguir alzando la voz por los derechos de la mujer. La violencia machista constituye el gran agujero negro de la UE en materia de derechos humanos: los estudios dibujan una realidad aterradora en la que una de cada tres ciudadanas europeas reconoce haber sufrido violencia de género, más de la mitad (55%) admite haber padecido algún tipo de acoso sexual a lo largo de su vida y el 5% de las encuestadas confiesa haber sido víctima de una violación. La experiencia demuestra que en materia de derechos fundamentales no existe el terreno conquistado y lo que hoy es una posición ganada, mañana puede asistir a un regreso al pasado. Es decir, el “producto cultural” sigue vigente y exige de todos una revisión del modelo, de la relación, porque “el problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres”.