De tener en cuenta pronunciamientos previos y presentación de protocolos y planes nacionales, la Cumbre del Clima de París (COP21), reunión de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, que hasta el próximo día 11 reunirá en la capital francesa a 150 jefes de Estado y gobierno con el fin de sustituir y dar continuidad al Protocolo de Kioto, parece bien encaminada para superar el enorme fracaso que supuso el intento anterior en la cita de Copenhague en 2009. Que 166 países, prácticamente los responsables del 100% de las emisiones de gases de efecto invernadero, hayan presentado en los últimos tiempos sus planes y medidas contra el cambio climático a partir de 2020 así lo evidenciaría. Que China y Estados Unidos, las dos mayores potencias mundiales -y las responsables del mayor número de emisiones- acordaran en noviembre de 2014 un frente común contra el cambio climático fue al menos un giro -hasta cierto punto inesperado- que alteraba las inercias de las políticas medioambientales a nivel internacional. Pero, sobre todo, lo que parece augurar un cierre positivo a esta Cumbre del Clima es que la percepción de los perjuicios de las emisiones de carbono ha dado paso a la percepción generalizada de los beneficios de una economía baja en emisiones; es decir, ya no se trata solo de frenar la destrucción medioambiental sino de que ello puede reportar ventajas a la economía global. Ahora bien, que la Cumbre de París se cierre con el anuncio de un acuerdo sobre la reducción de emisiones a partir de 2020, que por otra parte ya contemplan buena parte de los países participantes, no significará que haya sido un total éxito. No al menos si no se logra, como pretenden buena parte de los países europeos así como (teóricamente) Rusia, que esa continuidad del protocolo de Kioto tenga carácter jurídicamente vinculante y herramientas de control creíbles. Y es precisamente en ese punto en el que China y EEUU -también los países emergentes como Brasil- parecen coincidir no precisamente para impulsarlo. Tanto Xi Jiping como Barack Obama han apuntado ya que se deben tener en cuenta las especificidades y necesidades de cada país. Y hacerlo supondría, una vez más, permitir que el previsible ambicioso acuerdo quede posteriormente limitado en la práctica.