Harto. Atiborrado. Saturado. Empachado. Hasta los huevos, vamos. Así acabé el pasado fin de semana tras la sobredosis informativa relacionada con los ataques terroristas en París. Me enteré al llegar a casa la noche del viernes, después de un par de cañas de bienvenida. Me lo dijo mi hijo mayor, que volvía de ver el partido de baloncesto del Baskonia no sé dónde. Si no llega a abrir la boca, habría puesto una película de encefalograma plano. Encendimos el televisor. No encontramos ninguna cadena de las normales que diera información. Nos fuimos a la francesa TV5 y al canal de 24 horas de noticias de TVE. Anduvimos saltando entre ellos, con paradas en la CNN. Los datos que daban unos no se correspondían con los que ofrecían los otros, pero como casi todo se somete ahora a la inmediatez informativa, la precisión y la verdad quedan en segundo plano. El sábado me negué a poner ningún informativo durante la tarde, pero tuve que transigir a la noche. Fue peor que el viernes. Los canales que vimos ofrecían lo mismo, pero todos lo hacían ya desde París, y que se notase. Añadieron expertos. Mostraron imágenes de concentraciones en mil y una ciudades... El domingo sólo vi películas. Como el lunes y el martes y el miércoles.