los datos de la evolución del paro registrado que se hicieron públicos ayer aportan sombras y luces sobre la situación del mercado laboral en Euskadi. El primer dato, el referido a agosto, con casi 1.900 desempleados más que en julio, arroja una foto negativa, pues por primera vez en seis meses se deja de crear empleo. Los especialistas aducen razones estacionales para justificarla. Es conveniente, en cualquier caso, analizar esta cifra en perspectiva, lo que permite constatar que a finales de agosto había en Euskadi 13.419 personas desempleadas menos que hace un año y 15.119 afiliados más a la Seguridad Social. Esta comparación confirma, por tanto, que se mantiene en el tiempo una reducción progresiva de la bolsa de desempleados que aún congrega a más de 155.000 personas en busca de un puesto de trabajo. De todas las lecturas posibles es, sin duda, la más optimista y ojalá que pueda mantenerse en el tiempo, pues será la señal de que uno de los principales problemas que tiene planteados la sociedad vasca está en proceso de superación. A partir de aquí, no obstante, los aspectos negativos adquieren una relevancia destacada. En primer lugar, habría que hablar del lento ritmo al que se está creando empleo, lo que aleja en el tiempo la perspectiva de volver a las cifras de los años previos a al inicio de la crisis. El segundo dato preocupante tiene que ver con las modalidades de contratación, pues destaca el bajo porcentaje de contratos indefinidos que se están firmando, frente al elevado número de temporales o a tiempo parcial. Es preocupante también el hecho de que la bolsa de desempleados incluye cada vez a más parados de larga duración y que la tasa de cobertura continúa disminuyendo. El análisis completo ofrece, por tanto, una fotografía alejada del triunfalismo, que habría que evitar a toda costa. Los efectos positivos de la recuperación económica no se dejan sentir de forma general y es seguro que no llegan de momento a quienes han quedado desenganchados del mercado de trabajo. Las personas mayores de 45 años -especialmente aquellas con cargas familiares- y los jóvenes sin cualificación corren peligro de convertirse en una afección crónica en nuestra sociedad y es preciso que las posibles salidas a su falta de expectativas se convierta en una prioridad de los agentes institucionales, empresariales y sociales.